domingo, 12 de septiembre de 2010

Pena Capital

Deberían de haber algo que legisle la entrada de seres perversos en nuestras fantasías. Quién se cree ese fulano como para venir, y así como así, usurpar un lugar que mi soledad tenía ya por default. Eso es allanamiento de morada intelectual y no tiene derecho a fianza, es más, eso debería merecer el exilio permanente.

Además, me apuñalaron por la espalda mis reclutas. El deseo traicionero lo dejó pasar, así como así, sin preguntarle a la razón qué pensaba. ¡Vamos! ¿A nadie le indigna? La cabeza es SU casa, no la de ese adonis venido a más con sus aires de todo lo puedo y todo lo sé, con su risa abrasadora y su mirada tórrida, con sus manos de artista y su voz de exquisitos acordes.

Lo odio por aparecerse en todas partes, sólo eso hace, no crean ustedes que hace más. Él sólo viene, ni siquiera me mira, se da cuenta que lo noto, me da la espalda y enmudece.

¿Qué hago yo? Un circo. ¿Funciona? No. Pareciera que se compalce en saber que me tiene y se alimenta de alardear que puede ignorarme sin tapujos. Que me vaya. No puedo. Que lo saque. Muy tarde, mi soledad, en la que había confiado tanto tiempo, ha sido apuñalada.

¿Verdad que esto es un sangriento crimen? Por eso yo digo que a esos sanguinarios que gustan de mutilar corazones solitarios, que a esos trasgresores de fantasías nocturnas, se les dé la pena capital.

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