jueves, 30 de diciembre de 2010

La omnipresente duda

Todos tenemos velitas prendidas. Unas, muy pocas, se prenden y se quedan ahí como estacionadas, ni su flama es más grande, ni se les acaba el pabilo. Éstas se guardan con cariño especial, a veces, lacerante.

Ni se va ni se queda, pero la llevas contigo. La resguardas en rincones propíos pero que a tu mano aparenten ser inalcanzables. Como si de pronto ocurriera el milagro de que todo se resolviera a tu favor, y dejaras de guardar nostalgias y deseos escabrosos, miedos.

¿Seré tu velita?

Quiero saber qué piensas, quiero saber qué haces, que hiciste y qué vas a hacer. Necesito dominar tus discursos, qué hablas..., qué escuchas. Advertir dónde caminas y a dónde vas y, aun más, sobre todo y con todo, debo saber si en esas algarabías, me imaginas contigo.

Ya no me canso de olfatear tu rastro. El inconsciente deja mi aroma. Odio tu indiferencia pero odio aun mucho más cuando me notas, te hace ajeno pero probable. Me hace débil.
  
Aun me tienes y pongo resistencia. Mi reaccionar es huir. Sé qué quiero de mí contigo, pero ya no eres lo que vi. Sé lo quería y sé lo que perdí. No quedan muchas reliquias después del cataclismo donde  alguno de la bina ya no quiere ... y el otro quiere más.

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