Sin decir nada pero aguantándose, regresó a lo que alguna vez había sabido suyo. Dejó aventadas las maletas. Pensó en robarla. Buscó en todos los rincones que reconocía con solo tientas y entre sombras se encontraba con los gastados muros. Iba a llamarla a gritos; quería exigir, a quien fuera, ver a esa dueña suya, pero le convencía más encontrarse con sus gestos de sorpresa.

Cansado de remover viejos hábitos y polvo, tomó sus cosas y se fue. Caminó maldiciendo a la paciencia que en ella había faltado. Sus pasos se escuchaban entre las finas piedras del campo seco que se veía ya desolado. Calumnió a su suerte; lloró con coraje, con nostalgia y con sospechas. Miró por última vez la ventana, pidiendo compasión o, al menos, un poco de perdón, caridades póstumas, pero no hubo un solo eco que le diera síntoma de bienvenida. Era tarde.
Ella, sin embargo, en un afán menos pretencioso y más callado, desde un escondite amparado, le arrojó una bendición y lo vio partir.
Imagen de: gmb akash http://dixo.com/2012/08/23/retirada-dixo-de-madrugada.php
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