Nos encontramos. No reconocía tus palabras, pero sí tus labios, tu voz. Pasó el tiempo e ignoraba de qué hablabas, usabas nombres que mis memorias no encontraban, ayeres de lazos rotos. Mis pasos se te habían vuelto polvosos, ajá, esos mismos que alcanzaban tus andares a suspiros.
Busqué inútilmente el sol, la tarde se hizo noche. Sentía aprisa los tictacs -contigo el tiempo no camina- miré de nuevo, y el reloj no se detuvo, volví a implorar y me vencí. Con todo y mi ansiedad, por fin lo supe: no importan las plegarias, contigo, mi tiempo siempre corre.
Te besé con el miedo de desconocer el color sepia y los sabores de antaño. Usé mis manos; recorría terrenos, buscaba cambios. Llegué a tu rostro, me separé un poco y abrí los ojos. Ya reconocía tus gestos. Sonreí, ya no perseguía un boceto a lápiz.
La noche no es larga.
Me llevaste a casa. En nuestras manos no cabía un quizá y nuestros besos se buscaban uno al otro. Nos separamos con promesas de eternidad inconclusa y con la volátil idea de un “juntos” que, hoy día, aun no nos ha visto regresar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario