martes, 31 de mayo de 2011

Una mujer que te invita al Hotel

#Nohaynadamássexyqueunamujer que te invita al Hotel”

El arte de la seducción no cualquiera lo maneja. No solamente se trata de gustarle a alguien, se entiende; pretende que –quizá, aun sin gustarle- uno pueda hacer mucho más que lo propio. No es fácil enchufar los elementos; éstos deben ser sugerentes, explosivos: líneas, curvas, discursos, oscilaciones indecisas, arrebatos, labias y labios, manos sin hilos, hábitos cuarteados, piernas, texturas, sabores y aromas en rojo son los que nos excitan a invitar (o viceversa). Obviamente y dentro de todo lo anterior, también se debe incluir, como un obligado,  al espacio asociado a la seducción por excelencia, el Hotel.
Este albergue de amores y viajeros siempre me ha parecido sumamente peligroso, sobre todo, si no se sabe manejar. Una salida en falso puede que haga de la experiencia algo insípido y acartonado…, predispuesto.
El patrón social –al menos en mi entorno- dicta con voz fuerte que “Él” se encarga de ultimar los detalles relacionados con ello. Es como una regla no escrita -y tal cual pasa con las escritas- nos hace fantasear con lapidar lo obvio trasladándonos a un “Mundo al revés”,  a un distrito donde “Ella” se encargue del Hotel.
¿Es una fantasía más de hombres que de féminas?, sí. ¿Cuál es mi fuente? El alto número de menciones en Twitter a través del hashtag:  “#Nohaynadamássexyqueunamujer que te invita al Hotel”
Así se alardeaba la intención en esta red social, pero en el mundo tangible ¿cambia en algo que la que incite el hotel sea una chica?, ¿siempre resulta sexy que una mujer te invite a un hotel? Para mi sorpresa, muchos consideran que, más que sexy, por lo menos al principio, resulta intimidante. Lo anterior me recordó que hace algún tiempo, en afán de encontrar la originalidad en un regalo de cumpleaños y sin más que un vestido corto en mi haber, adulteré las políticas no escritas de mi contexto y llevé a un chico al Hotel.
La víctima no sabía mis intensiones, al menos, eso creo.  Lo contacté, le dije que tenía un regalo para él, nos pusimos en las agendas mutuas, enuncié en qué zona andaría y voilá. Llegó el día, llegó la hora y llegó la llamada: “Estoy a una calle. Es momento de decirme a dónde voy, si no, tu sorpresa tendrá un problema de logística”. Mi respuesta: “Estoy en el Hotel …, en la habitación… el valet te está esperando para llevarse tu auto.”
SI –LEN- CIO
Después de unos segundos que me supieron a litros, hubo un “Órale”. Así, de ostento seco, como de arena.
Entró a la habitación como un niño en su primer día de Kinder. Relegó el saludo. Caminaba despacio, desconcertado. Intentaba reconocer el espacio pero no pudo, se atravesó un pasillo pequeño, de esos que en emergencias parecen travesías. Seguí su andar pero creo que al principio no podía hilar ni sus propios pasos. Su intento por avanzar fue inútil. Me acerqué de a poco y de puntas con mis zapatos altos, mis medias negras y mi pequeño vestido; cerré mis ojos y le cosí un beso en la mejilla. Tomé su mano y lo guié hacia la habitación sostenida en velas pequeñas. El aire respiraba voz sensual, Martina Topley Bird, acompañaba a una mesa con vino espumoso.
Después de un torpe intento por jalar su silla y sentarse, él permaneció en silencio; jugaba con sus pulgares; miraba curioso a su alrededor escapándose de mis ojos. Yo debía cortar el inesperado hielo sabor a espada, y así como así, solté la frase más masculina que jamás hubiera salido de los labios de una chica: “No te sientas nervioso, no va a pasar nada”. Supongo que al mismo tiempo aumentó de manera extraordinaria mi nivel de testosterona. “Sólo busqué un lugar más privado para invitarte a cenar en tu cumpleaños”, continué.  No sé si me escuchó, y si lo hizo, me ignoró porque su nerviosismo no aminoraba, quizá fue porque él, como varón, conocía a la perfección el verdadero significado de esa frase que podía estar en el Top 10 de las más grandes mentiras de la historia. Más tarde, destiné lo más femenino que podía hacer en mis condiciones –de alguna manera debía aminorar mi crecimiento de patilla resultado de la frase anterior-; crucé la pierna y dejé mostrar un poco de mi muslo, justo la parte dónde comienza el encaje de las medias. “Si esto no le quita el nervio, por lo menos lo desmaya”, me dije sobreestimando mis portentos. Afortunadamente, pasó lo primero. Paulatinamente, la charla viajó por caminos familiares, íntimos. Entre bromas le dejé ver que tenía unos regalos para él. Ignoro si en ese momento pensó que me sentaría en sus piernas para que me arrancara las medias con los dientes, pero, lejos de eso, sucesivamente, y con rituales extraños, le di tres regalos. Al tercero, él ya tenía por completo su garganta, sus manos, sus caricias, sus labios, mis besos, sus versos y mis medias. Y sí, piensan muy bien, la expresión “No va a pasar nada” fue mentira.
Salimos del hotel, agradeció repetidas veces el obsequio que él mismo bautizó como “Regalo fantasía” y me llevó a casa. Desde entonces, no hemos vuelto a salir.

Tomado de: http://dixo.com/2011/05/18/una-mujer-que-te-invita-al-hotel-dixo-de-madrugada.php 

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